No sé si alguna dedicaré más tiempo para esta entrada, en internet, en lectura o en video teneis mil y una explicación de procesos, beneficios e historia milenaria. Por ello, sólo dejo aquí constancia de cómo estos días de cuarentena por coronavirus me entretuve entre otros muchos menesteres.
Tal cual niña, volvía a mi infancia, al observar, aventurar, mezclar y probar resultados, en ausencia de esos niños que ya no tengo, soñando con que algún día pueda jugar con mis propios nietos. Aunque ya el Título de IAIA (abuela) me la dio la madre de mi querido primer sobrino-nieto.
Lo de YEYÉ me lo puso mi hija adolescente al ver lo rebelde que me iba volviendo buscando soluciones a la situación en la que nos encontrábamos, que a DIOS ROGANDO Y CON EL MAZO DANDO, y pudimos encontrar todos, porque EL TIEMPO LO CURA TODO, sabiendo que DESPUÉS DE LA TORMENTA VIENE LA CALMA y que las LÁGRIMAS derramadas por NO VER EL SOL, NOS IMPEDIAN VER LAS ESTRELLAS.
Va por todos vosotros, por los que estamos viéndolas venir, que
JUNTOS LO CONSEGUIREMOS
un mundo más feliz, más sano, más ecológico, más solidario.
Las fotografías no guardan relación posiblemente con todo el proceso. Pero... intentaré contaros un poco. Decidí coger un tarro alto para que tuviera buena porción de aire y menor espacio tanto en mi encimera de la cocina o en la nevera.
Empecé con una pasta de harina integral con agua con consistencia papilla y tapé con un trapo de algodón y dejaba en esa oscuridad.Cada día observaba las burbujitas (las levaduras alimentándose de la humedad del ambiente).
Todos los días iba removiendo y añadiendo agua y harina blanca, dejaba en reposo otras horas y seguía observando.
Alguna vez la cambiaba de tarro (más ancho para tener más superfice al aire) y le iba buscando otros huecos de reposo en la casa: el salón, la mesa de madera, al calor de la encimera mientras cocinaba...
y empecé a usar esas pequeñas porciones para mis primeras masas y horneados.
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